Piatti y las causas perdidas

lunes, agosto 10, 2015

Ya perdí la cuenta. Me cansé de rayar la pared con una tiza cada vez que, con toda la vehemencia del mundo, me enfrentaba a una pregunta sin respuesta, un enigmático juego que no traía las soluciones. Me cansé de correr tras sombras más rápidas que yo, que conseguían escabullirse hasta en sueños; me aburrí de ser el único que creía en las causas perdidas. Pensé que bastaría con tener la mirada fija en el objetivo y la maleta vacía de dudas para asaltar lo imposible; aunque, como he podido comprobar, no lo es todo. Quizás, con toda esta majadería, quería reafirmarme, mostrar — al resto, pero sobre todo a mí — que era capaz de conseguir lo que otros jamás consiguieron, tocar las estrellas sin quemarme; pero, aparte de chamuscarme, lo único que comprobé es que soy humano, tremendamente humano; igual que el resto. Es por ello que, aunque cansado, aún sigo en pie.
Pablo Daniel Piatti es de esas personas que, a pesar de los golpes, a pesar de las piedras en el camino, jamás bajó los brazos. Desde las escaseces económicas de su familia, que vivía de un único sueldo, hasta la necesidad de sacar mejores notas en el colegio para que sus padres le permitieran entrenar; y eso sin tener en cuenta su físico. De hecho, en una entrevista a Superdeporte en 2011, reconocía que algún equipo le había rechazado por su estatura. Pero esto lo dijo sin rencor, sin querer siquiera mencionarles, como quién recuerda algo sin dolor. Y es que en la mirada de Piatti, aunque a veces parezca enfadada con el mundo, jamás se apreció ni un ápice de maldad. No, eso queda para otros; los que constantemente deben resurgir de sus cenizas no tienen tiempo para rencores.

Desde los más modestos clubes de Ucacha hasta el primer equipo del Estudiantes. Tuvo que alejarse de su familia, difícil decisión, pero Piatti tenía claro que debía sacrificar muchas cosas para poder ascender en esto del fútbol. Allá por 2006, un tal Diego Simeone le daría la posibilidad de debutar con el primer equipo de Estudiantes. Allí crecería como jugador y sería importante para conseguir el Torneo Apertura (2006), además de ganar el Mundial Sub-20 vistiendo la elástica albiceleste. Pero después de lamer las mieles en Sudamérica, vino a España en 2008 para, cómo no, comenzar de nuevo.
En Almería le esperaban con los brazos abiertos. El jugador más caro de la historia del Almería (8M), al que además se comenzaba a comparar con Messi — como a cualquier otro jugador bajito, joven y con destellos de calidad de aquél momento —; aquello no podía salir mal. Su adaptación fue buena en la primera temporada, aunque mostraría su mejor versión en las dos siguientes, ya en Primera División, tirando del carro almeriense tras la marcha de Negredo. No tardarían los grandes conjuntos en poner los ojos sobre aquél joven jugador, de gran velocidad y de regates vertiginosos. Su habilidad destacaba demasiado en aquél equipo como para no verla. Es por ello que, tras tres temporadas en Andalucía, el Valencia acabaría pescando al cordobés en el 2011.


Quizás aquella primera pretemporada con la casaca valencianista fue tan deslumbrante que lo que vino después nos supo a nada. De Piatti se esperaba que fuera el líder de aquél equipo, que nos deleitara con cada balón que tocara, que levantara a la grada cada dos por tres. Sin embargo, nada de lo que dio pudo alcanzar jamás las expectativas que habían puestas en él. No parecía acordarse de la forma en que regateaba antes, perecía perdido y hasta falto de velocidad. Su pequeña estatura, que tanto beneficio le había dado para zafarse de los zagueros rivales, ahora se había tornado en un obstáculo: defensa al que encaraba, defensa que le echaba al suelo. Aquella mediocre etapa estaría apenas iluminada por algún que otro gol.
Pero el momento crítico de su estancia valenciana llegaría con Djukic. Se le marginó, se le arrebató su número (el 11) para dárselo a Pabón y se le obligó a elegir entre salir de Mestalla o la grada. El Petiso eligió la grada y llevar el dorsal número 2. Eligió aquello por su novia, de la que no se quería separar. Sin embargo, su decisión fue mucho más que un impulso romántico: eligió también callar y trabajar, no dijo nunca una palabra más alta que otra ni fue a ningún medio de comunicación a soltar pestes; eligió ser un profesional. Eligió cambiarse a sí mismo: basta con comparar su físico de las primeras temporadas con el que tiene ahora, mucho más robusto. Eligió sacrificarse para renacer. Y Pizzi, aquél del que nadie se acuerda, viendo aquello, decidió darle una oportunidad. El de Ucacha la aprovechó, vaya si lo hizo.
Con Nuno, Piatti ha sido uno de los pocos indiscutibles, recuperando así su número 11. Pero ni tras su mejor temporada como valencianista parece convencer al graderío (7 goles, tercer máximo goleador y 6 asistencias, máximo asistente junto con Gayà). No, Piatti siempre necesitó hacer algo más que el resto para convencer. Algunos jugadores viven toda una vida de algún gol que hicieron, pero de Piatti ni siquiera se recuerda que, en la misma temporada, marcó de cabeza — ¡de cabeza! — tanto al Barça (en aquél histórico 2-3) como al Madrid. El “Duende”, además de luchar contra su propio físico, aún ha de luchar con el fantasma de las expectativas que se depositaron en él a su llegada.

Nunca nada fue fácil para el argentino. Ni sus inicios, ni llegar a ser profesional, ni venir a España. Así tenga que luchar contra gigantes, el “Petiso” demostró que siempre dará la cara, que nunca bajará los brazos y que siempre intentará superarse. Quizá nunca consiga convencer a las gradas de Mestalla, quizá sea una causa perdida más. Lo que tengo claro es que él seguirá en pie todo el tiempo que se le conceda, tratando de revertir todo lo que le venga encima. Ahora tiene cuatro años más para, de nuevo, seguir peleando por una causa perdida, para hacer cambiar de opinión a muchos que no le ven digno del Valencia. Pelea, Pablo, no puedes hacer otra cosa. Como siempre. 

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