Tres segundos de derbi
martes, abril 14, 2015
Tres segundos. Le bastaron tres segundos para volver a poner en pie a una afición a la que ya tenía metida en el bolsillo. Tres segundos para frenar en seco su celebración y agarrar con la siniestra el escudo de su elástica para señalarlo con el índice de la diestra. En la misma semana en la que un tal Vicente Rodríguez decía que "hay jugadores que se ponen tu camiseta, y otros que la sienten de verdad", Paco Alcácer puso en su sitio el orgullo mancillado por cuatro incompetentes el pasado jueves. Tres segundos para definir un partido que no tuvo más historia que la que el propio Valencia quiso escribir. Tres segundos para dejar claro que en Valencia manda el Valencia.
Dicen que los cimientos de un equipo empiezan por conformar una defensa en condiciones, y a Nuno le robaron el Nico maestro de la estructura en tierras vascas. Junto a Mustafi -el único titular de la defensa anoche en Mestalla- militaba Vezo como pareja de baile y Orbán para suplir la la lesión de Gayà. Todo previsible hasta llegar a la banda derecha y ver el rostro de Cancelo en el once inicial por delante del bueno de Barragán. La entrada del portugués en la alineación fue uno de los grandes aciertos del técnico para desarbolar a un Levante que ciertamente tendrá que mejorar mucho su zaga si quiere permanecer la próxima temporada en la máxima categoría. Pero a lo que íbamos, no se si la secretaría técnica terminará pagando los quince quilos que el Benfica pide por su lateral, lo que tengo claro es que como lateral no los vale. Pero ¿y como carrilero/extremo?. El desparpajo del luso dejó a Mestalla con la boca abierta y a Morales con la cadera desencajada. Pagaría lo que no está escrito por un híbrido entre la solvencia defensiva de Barragán y los quiebros de Cancelo. Bueno, quizá solo 18 millones, que es lo que cuesta Gayà.
Más de 45% de los ataques blanquinegros corrieron por la banda derecha de Mestalla. Cuando no era el chaval, Feghouli se ponía ese traje tan suyo de crack de quita y pon para desbordar una jugada que siempre buscaba el primer palo, propiedad de Don Francisco Alcácer. Siempre está ahí. Lo sabe su equipo, lo sabe él, y lo saben los rivales. Pero siempre le llega el balón. Así llego el primer tanto que los árbitros dejaron subir al luminoso, aunque esta vez fuera Parejo el que colocara el esférico en la testa del canterano.
Y si los ataques corrían por la banda derecha, es porque en el lado contrario andaba Rodrigo Moreno. Ese jugador cuyas decisiones solo se pueden calificar de "menos mala" porque las buenas nunca las encuentra. Si toca quebrar e irse hacia dentro, se sale hacia fuera, y viceversa. Lo cierto es que cuando empezaba a amoldarse a la banda derecha, se lesiona Piatti y le toca amoldarse a la izquierda. Cada vez me recuerda más a Angulo, que jugaba de todo menos de delantero, su posición original. Pese a todo, el segundo gol llegó por esa banda después de una de las pocas veces que Orbán se prodigo en ataque para poner un centro que nuestro zorrillo del desierto cabeceó a la red. Esta vez había fuera de juego del lateral argentino. ¿Compensando con el primero? No. Los árbitros son malos. Muy malos. Punto.
Con el 2-0, la segunda parte fue un viaje plácido para un equipo que quizá pecó de un exceso de confianza que a punto estuvo de pagar si no fuera por el par de manos que Alves saca en cada partido. Estamos tan acostumbrados a ver al brasileño volar, que quizá tachamos de normal lo extraordinario. De Paul, Barragán y Negredo pusieron savia nueva en un pasto que vio como al filo del pitido final, el de Vallecas bajaba un balón con el pecho para volearlo y ponerlo en la escuadra de Mariño. Ni lo celebró. Cabeza gacha y ánimos bajo mínimos. El estado anímico de un delantero que no termina de reconciliarse con el gol, que se acerca al segundo palo cuando el balón busca el primero, que se encuentra con el guardameta en cada balón que coge rumbo a puerta. Las lágrimas de un guerrero cansado, angustiado y al que aún le quedan ocho partidos para revertir una situación más que complicada tanto deportiva como personalmente.
Tres segundos para definir noventa minutos de derbi. Tres mazazos para volver a sumar de tres en tres. Demasiados treses para terminar siendo cuartos. La próxima parada pasa por atracar el Camp Nou. Alcácer, Piatti y Parejo ya saben lo que llevarse los tres puntos noqueando al matón de turno, y la música de la Champions suena ya demasiado cerca como para no sacar los puños en feudo blaugrana. ¿Repetimos?
Más de 45% de los ataques blanquinegros corrieron por la banda derecha de Mestalla. Cuando no era el chaval, Feghouli se ponía ese traje tan suyo de crack de quita y pon para desbordar una jugada que siempre buscaba el primer palo, propiedad de Don Francisco Alcácer. Siempre está ahí. Lo sabe su equipo, lo sabe él, y lo saben los rivales. Pero siempre le llega el balón. Así llego el primer tanto que los árbitros dejaron subir al luminoso, aunque esta vez fuera Parejo el que colocara el esférico en la testa del canterano.
Y si los ataques corrían por la banda derecha, es porque en el lado contrario andaba Rodrigo Moreno. Ese jugador cuyas decisiones solo se pueden calificar de "menos mala" porque las buenas nunca las encuentra. Si toca quebrar e irse hacia dentro, se sale hacia fuera, y viceversa. Lo cierto es que cuando empezaba a amoldarse a la banda derecha, se lesiona Piatti y le toca amoldarse a la izquierda. Cada vez me recuerda más a Angulo, que jugaba de todo menos de delantero, su posición original. Pese a todo, el segundo gol llegó por esa banda después de una de las pocas veces que Orbán se prodigo en ataque para poner un centro que nuestro zorrillo del desierto cabeceó a la red. Esta vez había fuera de juego del lateral argentino. ¿Compensando con el primero? No. Los árbitros son malos. Muy malos. Punto.
Con el 2-0, la segunda parte fue un viaje plácido para un equipo que quizá pecó de un exceso de confianza que a punto estuvo de pagar si no fuera por el par de manos que Alves saca en cada partido. Estamos tan acostumbrados a ver al brasileño volar, que quizá tachamos de normal lo extraordinario. De Paul, Barragán y Negredo pusieron savia nueva en un pasto que vio como al filo del pitido final, el de Vallecas bajaba un balón con el pecho para volearlo y ponerlo en la escuadra de Mariño. Ni lo celebró. Cabeza gacha y ánimos bajo mínimos. El estado anímico de un delantero que no termina de reconciliarse con el gol, que se acerca al segundo palo cuando el balón busca el primero, que se encuentra con el guardameta en cada balón que coge rumbo a puerta. Las lágrimas de un guerrero cansado, angustiado y al que aún le quedan ocho partidos para revertir una situación más que complicada tanto deportiva como personalmente.
Tres segundos para definir noventa minutos de derbi. Tres mazazos para volver a sumar de tres en tres. Demasiados treses para terminar siendo cuartos. La próxima parada pasa por atracar el Camp Nou. Alcácer, Piatti y Parejo ya saben lo que llevarse los tres puntos noqueando al matón de turno, y la música de la Champions suena ya demasiado cerca como para no sacar los puños en feudo blaugrana. ¿Repetimos?
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