Vencer o morir
jueves, julio 02, 2015
Quizá fue una mirada triste, melancólica,
la que nos anunció con antelación este desenlace. La ausencia de grandilocuentes
actos públicos, el casi perdido recuerdo de las pancartas en las asambleas
multitudinarias o la carencia de comunicados oficiales por doquier también eran
anticipos de un final más que notificado. La afición le proclamó rey por
momentos y él quiso responder, pero “qui paga mana”; así su reinado no llegó a
consumarse nunca. Probablemente Salvo sea recordado como el rey sin trono, como
el presidente menos presidente o como el mejor presidente. Una cosa es segura:
será recordado por muchos valencianistas, que cariñosamente acogen en sus
memorias aquello que un día decidió hacer por estos desdichados murciélagos.
Cuando se juega al juego de tronos sólo se puede ganar o morir. No hay puntos intermedios. [Cersei Lannister en Game of Thrones.]
No quisimos verlo; ni él tampoco. El agua
estaba en calma y nada parecía fuera de lugar. Nuestros mayores problemas eran
los fichajes veraniegos y la previa de Champions; y aún lo siguen siendo. Pero
a estos hubo que añadirle una pelea secretamente encarnizada, una purga a la
portuguesa de los principales estamentos del club. Los más damnificados de esta
limpieza han sido, como era de esperar, Salvo y la antigua secretaría técnica
(Rufete, Ayala y Salvans). Las decisiones de Lim no hicieron más fácil ni
rápido el proceso; el singapurense estuvo lento a la hora de ceder todo el
poder a Nuno, alargando la transición y haciéndola traumática para todos. Su
falta de concreción dilató aún más la herida, por la que sangró la imagen y el
prestigio del club. Está en su derecho de elegir lo que quiera para su club,
pero debería haberlo hecho de otra manera para no ensuciar tanto la imagen de
su (y nuestro) club.
Todo sueño de un Valencia construido
desde la seriedad queda fulminado, como siempre, por las puñaladas al costillar
que se reparten en las altas esferas del club. Parece como si Mestalla
estuviera construido sobre un antiguo cementerio indio, como si una terrible
maldición nos persiguiera hasta los mismos confines del mundo y hasta el fin de
los tiempos. Es como si la lucha por el poder, la lucha (periodística) por la
primicia de boca de nosequién y la lucha por tener la verdad absoluta fueran
más que endémicas. Teníamos delante de nosotros la oportunidad de darle una
patada en el trasero a la historia y enviarla a “fer la mà”; sin embargo, no
hicimos más que corroborarla.
El mayor pecado de Salvo fue pensar que
ahora las cosas se harían desde el consenso con la antigua directiva, la de los
tiempos de guerra. Lim sabía de un principio que quería a Nuno de entrenador, y
así se hizo, para desventura de Pizzi. Salvo transigió con esa decisión — no
sin antes intentar poner en valor la decisión de la aún vigente secretaría
técnica de Rufete: que el argentino siguiera —, pensando que en las siguientes
decisiones tendrían más peso las decisiones colectivas que las individuales.
Pobre Salvo, cómo no entenderle: ha de ser difícil la quietud y la sumisión
para alguien que sólo conoció la guerra. Pero esta guerra la iba a perder. Vaya
si la iba a perder. Y la perdió porque no era él quien mandaba en la capital
valenciana; en Valencia mandaba un singapurense. El que puso los “duros” tenía
(y tiene), con toda legitimidad, la última palabra; y esa última palabra señala
a Nuno como el que toma las decisiones.

Si con Salvo se hacía una cosa bien era
comunicar. La fluidez directiva-afición se incrementó, se cambió la manera de
ejecutar las cosas. La conexión que estableció su ejecutiva con la afición fue
muy elevada, tanto que eso puede pasar hoy factura a Lim. El máximo accionista
retuvo a Salvo y sus hombres de confianza en el primer plano mediático porque
no quería que se produjese una ruptura brusca entre club y afición. Lo que no
sé es como se manejará esa conexión después de la marcha de la antigua
ejecutiva. Pese a los esfuerzos de Lay-Hoon por aprender castellano — y de
chapurrear un poco de valenciano — no se les ve muy habladores a los
singapurenses; sino fíjense en Kim Koh y su arte para insinuar cosas con la
mirada. Cada día se le da mejor.
Sólo espero que, a pesar de la marcha del
club de Salvo, no quede sólo el recuerdo de lo que un día hizo por nosotros,
sino que también sigan vivas las ganas por más y mejor que él nos despertó
después de mucho tiempo de letargo. Pero no sólo mejor deportivamente, sino
también extradeportivamente; no permitir que esto sea el cortijo de nadie, ni
el sitio para enchufar a tu amigo. El Valencia, aunque negocio, debe seguir siendo
un club reconocible. Sino seguimos con esta mentalidad, todo lo que hizo Salvo
por nosotros no sirvió para nada. Fue un placer haber disfrutado de un
presidente así, y cómo dicen en Juego de Tronos: el Norte no olvida. Valencia,
tampoco.
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