Amor a primera libra
martes, julio 14, 2015
El amor, esa fuerza inexplicable, casi ni por la propia ciencia o, ¿quién me va a decir a mí que soy capaz de hacerme 2.000 kilómetros para ver a mi equipo por una simple reacción química que ocurre en mi cerebro? Lo siento, pero no me lo creo. El amor no se explica, se siente, es esa fuerza que le otorgamos a algo ajeno a nosotros, ese poder que le damos para hacernos las personas más felices del mundo y destruirnos en cuestión de segundos sin tan siquiera haberlo visto venir, sin avisarnos ni con una mirada, sin ver como todo se estaba nublando hace tiempo pero nuestro maldito amor no nos dejaba ver, y por más que nos pase una y otra vez siempre vuelve, es la jodida magia del amor, ese veneno que te puede destruir pero siempre necesitas que corra por tus venas para sentirte realmente vivo.
Y que nos van a contar a nosotros los valencianistas, el maldito cupido y el amor a primera vista son como de la familia, cuando algún jugador se deja la piel y suda la camiseta un poco más de lo que estamos acostumbrados, nosotros lo encumbramos en un abrir y cerrar de ojos al olimpo de los futbolistas, si es que existe tal olimpo, pero no lo olvidemos (y reconozco que yo suelo ser el primero en olvidarlo) que no todos duermen con sabanas ches, que no todos son de Torrent y besan el escudo con sentimiento, que no todos se enamoran con la misma intensidad que lo hacemos nosotros, porque recordad, muchos jugadores se enamoran, pero suele ser amor a primera Libra.
Y es ahora, justo en este momento, cuando veo el caso Otamendi, un jugador llamado a ser ídolo de una afición ávida de dioses futbolísticos, un central chapado a la antigua, con visos de gran capitán, coreado por todo el sufrido público de Mestalla, justo ahora es cuando otro jugador, una vez más, se ríe de todo el amor que una afición le ha brindado en tan solo un año. Muchos pensarán como yo, ¿quién no se va a ir cuando uno de los equipos más grandes del mundo te llama y, además, te multiplica el salario por tres? Evidentemente, cualquiera de nosotros estaríamos locos con el cambio, pero antes de futbolista o trabajador toca ser una cosa, señor. Señor para estar en un sitio, pero sobretodo, señor para salir del sitio donde tanto amor te han brindado. Y es justo ahí donde falla Otakaiser. El general che se dejó la piel en el campo como nadie, y ayudó a devolver a la banda a la élite del fútbol mundial, pero justo un día después, cuando la afición che seguía paladeando el regusto que dejo el gol de Paco, llegó la "bomba Nico". A través de su representante decidió abrir la caja de los truenos para cantar a los cuatro vientos que se quería ir del club que le había hecho volver a relucir en el cielo balonpédico, así en frío y sin reparar en que ese paso iba a ser casi imposible de deshacer fuera cual fuera el final. Poco después, el mismo se reafirmó en la copa américa, intentado, supongo, presionar al club para hacer una rebaja de cláusula, pero el Valencia lo tiene claro (o lo tenía hasta hace pocos días) "Nico, son 50".
Y después de vivir una vez más como un jugador querido por el club quiere irse por la puerta de atrás, me han venido muchos casos a la cabeza, casos que me han hecho recordar el porqué no te puedes enamorar futbolísticamente de un jugador.
El primero que alcanzó recordar, el que marcó a muchos de mi generación, fue Mijatovic. Un jugador que enamoró a Mestalla, que hizo volver a creer al club que volver a ganar algo después de tantos años podía ser posible, pero nada más lejos, después de dejar grandes noches en Mestalla al montenegrenino el entró el mal del zurdo, borro con el codo lo que estaba escribiendo con la mano. Después de salir a gritar a los cuatro vientos que se quería quedar en la capital del Turia, casi al mismo instante, estaba firmado por uno de los equipos menos queridos en Valencia, el Real Madrid, pasando de ser considerado un ídolo a conseguir el sobrenombre de "Judatovic".
En la época más reciente el club ha vivido también varios desplantes amorosos, uno de los más sonados el del considerado como el murciélago del equipo (el murciélago, ¡qué locura!), Gaizka Mendieta deseó irse repetidas veces club, también al Real Madrid, cosa que esta vez el Valencia no podía permitir, por su afición pero, sobretodo, por orgullo. No puedes dejar que tu amor se escape siempre con uno de los que peor te caen. Al final consiguió lo que buscaba, salir del club, y llevándose un presidente por delante que se jugó su puesto a que no iba a soltar al rubio capitán. Evidentemente, lo perdió.
Una historia más rocambolesca y que cada vez se parece más al caso Otamendi, fue la de "el ratón" Ayala, un jugador querido a rabiar por la afición, que devolvió la gloria a la orilla del Turia, capaz de levantar una liga dos décadas después, para después declararse en rebeldía para, éste también, querer irse al club merengue. Roberto Fabian llegó incluso a negase a jugar el principio de la liga, para engancharse al grupo después y ya todos recordamos el maravilloso final. Eso sí, para hacer poco después el desembarco en Zaragoza sin pasar tan siquiera por Villareal. Y esto cada vez más, me recuerda al caso Ota.
Y por el último, nos queda el desamor de otro Roberto, esta vez Soldado, el que también decidió salir por la puerta de atrás (o ni tan siquiera esa) con unas palabras tan hirientes que todavía resuenan en mi cabeza, un capitán llamado a ser profeta en su tierra para terminar nombrado poco menos que persona non grata en Mestalla.
Del club también se han ido ídolos como señores, los Villa, Silva, Mata... pero el maldito amor es tan selectivo que la nos hace recordar los malos momentos y buenos a partes iguales, aunque como reconfortante, a los ches siempre nos quedará recordar que los jugadores que han salido por la puerta de atrás, rara vez han triunfado en sus nuevos destinos.
Por eso les digo (y se lo dice alguien que tiene las camisetas de Mendieta, Soldado, y este año, como no, la de Otamendi) que no se enamoren de ningún jugador, porque la mayoría de ellos nunca les corresponderá, porque saben que están de paso. Enamórense del escudo, que ese les devolverá siempre la mirada pícara de un quinceañero recién enamorado, dándole grandes momentos de felicidad y algunos de tristeza, pero siempre permanecerá a su lado, porque eso es el amor, ¿verdad?.
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