Entre el cielo y el barro

martes, octubre 21, 2014


El otro día leí una frase muy buena, que puede resumir perfectamente lo que debería ser la recomposición del equipo tras la contundente derrota ante el Depor: “El mejor guerrero no es aquel que gana siempre, si no aquel que vuelve sin miedo a la batalla”. Y es que nada es eterno; esta es una conclusión que cualquiera puede extraer en sus primeros años de vida, como consecuencia de los primeros desengaños que se sufren en esa etapa vital. Amigos que van y vienen, programas de televisión que desaparecen, mascotas que algún día ya no están para alegrarnos las tardes o gente conocida que, un día, pasa a mejor vida. Ni los mejores ni los peores momentos son eternos, la felicidad y la tristeza fluyen por la humanidad como un río cuesta abajo.
Pero en este devenir aparentemente caótico se puede encontrar una cierta pauta: resulta curioso cómo, de una manera cíclica, la vida te lleva un día al clímax de tu existencia y, poco después, te devuelve al barro de donde saliste. Igual que una noria que gira y gira. No atiende a si eres rico o pobre, alto o bajo, gordo o flaco; ni atiende a razones, ni a méritos, ni siquiera a plegarias. La vida te zarandea siempre de un extremo a otro, hagas lo que hagas. A unos más y a otros menos, dependiendo de lo persistente que sea cada uno en lo suyo, pero seguro que más de una vez nos arrastra a todos por los lodos de la derrota y nos hace levitar hacia nuestros sueños, hasta casi tocarlos con los dedos.
Este domingo, a los valencianistas, nos tocó la parte en que tragábamos barro en el campo de Riazor, muy a nuestro pesar. El equipo pareció estar haciendo volver a la vida aquella versión anestesiada que tanto abomina las gradas de Mestalla, aquella banda de amigos que se junta para una pachanga y a los 15 minutos ya se les salen los pulmones por la boca, aquella laxitud en la presión y en la intencionalidad de los movimientos y pases, aquella versión de equipo que hacía que la afición pitase a sus entrenadores. El equipo tenía fallos antes y tiene fallos ahora, pero se magnificaron en este partido por la falta de intensidad por parte de los jugadores. En la primera media hora, aunque el partido parecía dominado por el Depor, daba la sensación que el Valencia podía reaccionar. Tras el gol, esta falsa sensación desapareció, instalándose la anarquía entre los jugadores valencianistas y haciendo inevitable la derrota a domicilio.


Muchos aprovechan momentos como este para sacar toda la bilis que han guardado durante varias semanas o meses, y así poder seguir con su mediocre tarea durante algún tiempo más; otros se decepcionan y desilusionan, dejando de creer en lo imposible por enésima vez; los hay que se enfadan y desearían destrozarlo todo o, al menos, tener la posibilidad de reiniciar la consola y volver a jugar el partido a ver si hay mejor suerte; después están los que jamás dejan de creer, los que dicen que una pequeña piedra en un camino asfaltado no es un obstáculo a temer; y luego están los realistas, los que ven que esta derrota es sintomática y que hay fallos magnificados en este partido que se deben resolver cuanto antes por el bien del equipo.
Puntos de vista bien variados, pues somos una afición cuanto menos heterogénea; solamente hay que ver los debates que se forman en torno a cualquier tema de actualidad valencianí. Eso sí, a todos nos ha pillado por sorpresa esta derrota. Apostaría todos mis ahorros a que ningún valencianista dijo antes del partido: “Hoy gana el Depor, que no me fío de los míos”. Ni siquiera en los mejores sueños de Llorente y los pro-Bankia aparecía el Depor – equipo que venía de ganar un partido, empatar otro y perder 5 – como punto final para un inicio de temporada increíble de los de Nuno.
Un inicio de temporada que hizo que nosotros, la afición, tuviéramos en las venas más ilusión de la que somos capaces de manejar. Ilusión que, en cantidades desmedidas, puede hacer que se nuble la realidad a nuestros ojos. No caímos en que, como ya alguien ha avanzado alguna vez, debemos ir “partido a partido”. Puede que a muchos este término no les guste, sabiendo de donde proviene, en ese caso digamos día a día, enfrentamiento a enfrentamiento, minuto a minuto – cómo aquél mítico programa de la ya extinta Canal 9 – pero, aunque no utilicemos esta expresión, sí debemos tener siempre presente este concepto.
Que los partidos no se ganan solo por tener a tal jugador en el campo, por ser tal equipo o por estar en tal posición en Liga. Se ganan con entrega y lucha, con carácter y trabajo, con ganas; y aun así, tampoco es seguro ganarlos todos, pues nuestra cíclica existencia nos condena a vivir entre el cielo y el barro.

P.D.: Ni podemos sentenciar a Nuno por un partido malo ni podemos canonizarle por el arranque liguero; aunque sí hay que reconocerle que hiciera dos cambios en el entretiempo con la finalidad de revitalizar al equipo. No le funcionó, pero al menos puede decir que hizo algo, no como otros entrenadores que aseguraban en sala de prensa que perdían vida con las derrotas, pero no hacían mención de siquiera intentar reestructurar el equipo durante el partido para cambiar el resultado.

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