Resacón en Nicosia
viernes, febrero 21, 2014
Cuatro mediocentros. Fuego, Keita, Michel y Parejo. Los cuatro fantásticos convirtieron el centro del campo chipriota en una laberinto de piernas inexpugnable. Pizzi leyó a la perfección el encuentro y cortó de raíz las transiciones del equipo ucraniano, encerrando a Veloso en una jaula de hombres y desgarrando toda comunicación posible con las balas alojadas en la banda. Con el portugués desesperado y Belhanda escondiéndose por las esquinas, los de Kiev se dedicaron a pegar balonazos arriba rezando para que el nigeriano Ideye cazara algún esférico caído del cielo.
Con el control del partido Parejo se hizo el amo del terreno de juego. Con intensidad y confianza, el de Coslada reparte balones a las mil maravillas. La habilidad para redistribuir y construir el juego del madrileño en ciertas partes del primer tiempo chocaba frontalmente con la obsesión de Mathieu de enviar balones largos a un Alcácer que terminó desquiciado. Asqueado de ver como el balón se paseaba de bota en bota por el centro del campo sin crear ningún tipo de peligro. Un control de balón ineficaz que convertía al Valencia en el campeón mundial de fútbol sin porterías. Un sinsentido para un delantero como Paco. El exceso de toques y la falta de profundidad terminaron traduciéndose en pérdidas de balón en la medular que generaban los únicos acercamientos de los que el Dinamo pudo disfrutar en una primera parte marcada por el tedio.
En la segunda mitad el cuento seguía siendo el mismo. Lentitud y aburrimiento a partes iguales interrumpido por faltas y pérdidas de tiempo continuas. Un calvario. Como la resaca del domingo a las dos del mediodía. Insoportable. Hasta que Edu Vargas se disfrazó de Bradley Cooper y empezó a darle forma a una historia inconexa que carecía de todo sentido. La verticalidad del chileno desconfiguraba la zaga rival a marchas forzadas dotando de profundidad al ataque ché. Avisó dos veces. Las dos de cabeza. A centro de Jonas y a la salida de un córner. La tercera no falló. Parejo mandaba desde la esquina un balón teledirigido a la testa del ariete que el meta suplente del Dinamo no era capaz de despejar. Vargas no tiene gol, decían. Yo le llamo callar bocas con estilo. Con estilazo además, porque esos tatuajes no los luce cualquiera.
Y a falta del tigre de Mike Tyson, el Valencia reclamó los servicios del puma argelino. Sosó Feghouli terminó de reventar a una defensa desvencijada por unas bandas, que solo Joao y Bernat habían conseguido desvirgar en el primer tiempo. Un destrozo en toda regla. En cuanto los acordes dejaron de entonar música romántica y metieron ritmo, los decibelios tumbaron los esquemas ucranianos, que desgraciadamente a día de hoy solo entonan cánticos fúnebres. Un esquema que mientras pedía la hora al colegiado se tragaba el 0-2 de las botas del propio Sosó. Una combinación rápida entre el recién entrado Barragán, Joao y el africano terminaron con cualquier atisbo de remontada rival.
Decía que el Valencia se despertaba en medio de Chipre, en un estadio desierto y jugando contra unos ucranianos. La resaca de los de la película se queda en un chiste de mal gusto. Pero la borrachera no fue del equipo, fue de la UEFA. Porque la sobredosis de alcohol es la única explicación lógica que se me ocurre para intentar adivinar la surrealista situación que sufrió ayer la plantilla esperando en el aeropuerto a que los incompetentes de la organización decidieran cambiar la sede del partido. Una decisión tomada a última hora, de forma esperpéntica y quedando retratados en el mundo entero. Y es en Europa. Luego nos extrañamos de que Tebas sea otro irresponsable. Poco nos pasa. Lo único que hace diferente a esta borrachera es que las ganas de vomitar las tenemos los aficionados.
Kiev, Nicosia o Katmandú. Hubiera dado igual. Pizzi descifró por completo el entramado enemigo y desactivó toda su artilleria. Esta vez no había despedida de soltero, pero el técnico argentino debutaba en Europa, y no había mejor forma de celebrarlo que dejando la eliminatoria casi sentenciada. Que todas las resacas sean igual de dulces.
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