La tormenta perfecta

sábado, febrero 08, 2014


En medio minuto te mata, te remata y te vuelve a matar. No te da tiempo a respirar, tres pases, pim pam pum, y al hoyo. Una tormenta perfecta. Dicen que cuando cae un relámpago, primero contemplas su luz cegadora y a las pocas décimas de segundo escuchas su estruendo en el aire. Este Valencia es clavado a ese relámpago. Cuando sale al contraataque solo puedes sentarte a disfrutar de la belleza de su velocidad, la majestuosidad de su compás y su demoledor impacto. Pocas décimas después, Mestalla remata la faena aunando miles de gargantas cantando lo inevitable, dándole la razón a la madre naturaleza y cerrando el telón de un espectáculo que solo deja bocas abiertas a su paso. Este es el nuevo Valencia de Juan Antonio Pizzi. Veloz, letal, vertical y totalmente insaciable. Y me encanta. Me encanta que después de todo un año atacando en estático tengamos tres balas en ataque que se follan a sus defensores. Y perdonar la vulgaridad del término, pero es la forma más gráfica que se me ocurre para describiros como Piatti, Feghouli y Vargas se comían la banda intercambiando posiciones y dejando la velocidad de la defensa bética a la altura de la peor de las tortugas. Me encanta la sensación de peligro que irradia cada balón que don Daniel Parejo envía al hueco buscando a esas balas, ordenando los proyectiles, prensando la pólvora y alineándola para que Paco Alcácer apriete el gatillo y remate la faena. Y se me olvida el Betis, se me olvida porque aún estoy esperando que haga acto de presencia en el césped de Mestalla.

Un césped de Mestalla que veía como el Valencia salía con ansías de protagonismo, sabiéndose mejor que el rival, henchido de satisfacción después de la machada en el Camp Nou y con un hambre voraz. Un apetito descomunal después de tirar por la borda a unos cuantos desganados egocéntricos que ni comían ni dejaban comer. Bernat y Piatti llegaban con ganas de fiesta y no se cansaban de bailar al lateral derecho bético mientras este se daba cuenta que a falta de una, le habían tocado dos feas con las que bailar. El duende argentino es lo más parecido a un perro de presa que he visto en mucho tiempo. Presiona, presiona y vuelve a presionar. Y la roba, y la rompe. Un dolor de muelas. Nuestro dolor de muelas. Y en una de aquellas, aprovechaba la empanada bética para meter un pase diagonal directo a la carrera de Vargas que la tiraba al muñeco. Córner. Córner y gol de Mathieu. El francés se levantaba imponente, con el brazalete en su antebrazo, y dejaba en evidencia a la defensa andaluza. 1-0 en el 41. Al filo del descanso. Tres minutos después, Vargas convertía un auto-regate de Feghouli en una asistencia medida para Alcácer, que estiraba la pierna para batir a un Adán que se había llevado dos manotazos de los que duelen, de los que te pillan desprevenido, en menos de cinco minutos. Alcácer, ese hombre con el gol tatuado entre ceja y ceja y que ha metido más goles que Pabón y Postiga en la mitad de tiempo que la dupla fantástica. Y con 20 añitos, casi nada oiga. 2-0 al descanso.

La tormenta perfecta de la que os hablaba llegó en la segunda parte. Que manera de correr. Que manera de salir a la contra. Que manera de definir. Una oda al fútbol directo. Transición rápida creo que lo llaman. Yo lo llamo dar espectáculo. Feghouli recupera, la deja en el centro, el centro la manda arriba y se la devuelve al argelino para que fusile al ex-guardameta merengue. Con toda la tranquilidad del mundo, y después de haberse pegado una carrera defensa-ataque al más puro estilo Usain Bolt, el tío se para el balón, recorta al defensa y elige la parte por la que va a humillar al portero. 3-0. Chapeau. Con el Betis en coma inducido y Mestalla con la velocidad inyectada en vena, el cuarto era cuestión de tiempo. Y contra todo pronóstico no llegó al contraataque. Un balón dividido caía en las botas de Barragán, que ponía un centro que solo Paco Alcácer vio y remató. Mestalla era un delirio. 4-0 y las gradas coreaban el nombre del de Torrent, del valenciano, del chaval que vivió como a su padre se le escapaba la vida viéndole marcar su primer gol en Mestalla, con la senyera en el pecho y el escudo en su corazón. ¿Queríais un ídolo?. Yo os lo presento: Se llama Paco Alcácer. Esté donde esté, tu padre debe estar llorando de alegría. 
El golpe de gracia lo asestó Vargas. Más de la misma medicina. Tres pases. Jonas, Javi Fuego y pase a la carrera del chileno. Que además corre que se las pela. Un rayo. Y el rayo se complementa a la perfección con el relámpago de Pizzi. Primer partido como titular y primer gol con la camiseta del Valencia. No tiene gol, decían. Cuanto experto hay suelto. 5-0. Segunda victoria consecutiva y una sonrisa de oreja a oreja en cada uno de los aficionados que esa tarde habían llenado Mestalla.

¿Sabéis? Esta tarde ha sido una de esas pocas tardes que he tenido el privilegio de presenciar el partido en el propio estadio. Si algún lector generoso desea pagarme un pase, yo le dejo encantado. Pero lo que os quería contar es que en uno de los entresijos del esqueleto de nuestro templo, había una lona de color azulado arrugada, algo desvalijada y con mucho polvo encima. Olvidada, como uno de esos baúles de los recuerdos que todos tenemos en algún rincón de la casa y que nunca terminamos de ordenar. Faltaban aún unos treinta minutos para el pitido inicial y la curiosidad pudo con la vergüenza. Mi mano consiguió agarrar un borde de esa vieja lona y estirarla desvelando el mensaje que dicha tela contenía. Deseé no haberla desplegado. Un esférico formado de estrellas y la "Champions League" se daban de bruces contra mi mirada dejándome el agridulce sabor de la melancolía en el paladar. 
También dicen que cuando la tormenta amaina, un suave olor a tierra mojada se instala en el aire. Hoy, con el pitido final, el olor a Europa se ha extendido por toda Mestalla. Que llueva, que no pare de llover. Lo mejor está por llegar.





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