Banderas de nuestros padres
jueves, septiembre 17, 2015
Como todas las historias de amor que merecen la pena,
la relación entre una afición y su club también es enfermiza. Es pasión,
delirio, frenesí, un punto de lujuria -por qué no-, y también, sin duda, ciclotimia.
Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedios. No es ser veleta, no es el
resultadismo. Es que es tan fuerte el sentimiento, que se desboca. Es tal la
fuerza del impulso que resulta imposible ponerle diques al mar.
El pueblo de Mestalla, como todo grupo social de
cierto tamaño, es heterogéneo. Nos unen muchas cosas y nos diferencian otras
tantas. Hay valencianistas generalmente optimistas y los hay con baja
tolerancia a la frustración. En este segundo grupo se encuadran aquellos que
hoy se preguntan si tanto sufrimiento por llegar a la Champions ha merecido la
pena. Cuestionan con inocencia un camino de 367 días (Sevilla 2-2 Valencia,
23/08/2014 | Mónaco 2-1 Valencia, 25/08/2015) a través del cual, con sus tramos
de bajada y su tramos de subida, el Valencia se ha sabido capaz de tutear a cualquiera
y ha devuelto a sus fieles la ilusión que parecían haber perdido. Y lo ponen en
duda porque el Zenit de San Petesburgo en tres llegadas ha metido tres goles.
Que sí, que el Valencia debía ganar. Que en muchos
tramos el juego ha sido impropio de un equipo que aspira a decir algo en
Europa. Que ha habido graves desajustes en un par de transiciones defensivas
que a la postre han terminado en gol. Que desde el gol de Witsel al pitido
final pasan más de diez minutos en los que el equipo se ha mostrado inoperante.
Que hay mucho que mejorar y poco tiempo. Que no se pueden perder más puntos ni
en Liga ni en Champions. Que estaría bien que Nuno algún día bajara a la tierra
e hiciera un poco de autocrítica en rueda de prensa.
Todo eso es cierto. Tan cierto como que en seis
partidos oficiales sólo se ha sido capaz de ganar dos o como que el crédito del
técnico portugués se está acabando. Y es que sólo le avalan sus resultados, que
no son poca cosa, sino todo lo contrario, pero que esta temporada no están
llegando y la ilusión, tal como vino, se puede esfumar. O quedar en estado
latente más bien, porque es precisamente la fe la propiedad más característica
de aquellos que profesan la religión cuyo templo es Mestalla y cuyo dios se
llama Mario Alberto.
Merece la pena ser cautos, dejar trabajar
al cuerpo técnico y confiar en que los resultados llegarán, y con ellos las
mejoras. Al fin y al cabo, nadie dijo que fuera a ser fácil jugar la competición
más prestigiosa de clubes. No hay nada perdido. No se ha empezado como habíamos
soñado, pero el traspiés, si los próximos resultados acompañan, se quedará en desliz
y para mí, que soy de los optimistas, en el partido contra el Zenit se ha
conseguido un objetivo mucho más importante que cualquier victoria parcial.
Muchos niños, hijos del valencianismo, valientes que en días de dictadura
Barça-Madrid han decidido amar el escudo que enorgullece a sus padres y
abuelos, han vivido su primera noche de Champions en Mestalla. La garantía de
que el mito continuará su camino a la gloria la escenifica para mí la pareja de
padre e hijo que salían del estadio delante mío.
- Papá, el sábado me vuelves a traer, ¿no?
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