André Gomes, el fútbol con esmoquin
viernes, septiembre 04, 2015![]() |
Foto vía: Carla Cortés (@noaasoka) |
Primoroso manejo de ambas piernas y en conducción con la cabeza erguida en todo momento, me recuerda a Zidane. Comparar en la actualidad a André con el astro galo puede hasta rozar lo obsceno; sin embargo, si en este curso logra desterrar su versión más etérea, deja de pasar por el terreno de juego como lo haría una máquina de afeitar sobre la barba de un hipster (de puntillas) y las lesiones le respetan más, es difícil imaginar dónde está el techo de André. Es erróneo pensar que el luso es un generador de juego en campo propio (para eso ya está Parejo) y en los momentos en los que tuvo que jugar a la altura de Javi Fuego (como en San Mamés el año pasado), sufrió mucho y su plétora de recursos técnicos se vieron drásticamente perjudicados. André necesita estar cerca del área rival -quizá es el único jugador de la plantilla que tiene la capacidad para recibir de espaldas y girarse en campo contrario- y su mera presencia en la zona de tres cuartos, caminando con aire despreocupado, condiciona anímicamente al resto del equipo. El sujeto placentero que hace el amor sobre el campo, pero no en el sentido exclusivamente sexual que hoy se le da a la frase, sino en su prístino significado parisién y dieciochesco de galanteo, de arte o técnica del escarceo, del pase que bate líneas enemigas; de todo ese minué propiciador que hermana el fútbol de André con el amor ya que, en uno y en otro, la culminación del placer, la exaltación del gol, son bienes escasos que conviene administrar con lentitud y destreza.
Hay tres elementos fundamentales
en su juego: la belleza, la rareza y la utilidad vinculada a las dos primeras.
La táctica y el físico siguen cobrando protagonismo a pasos agigantados, pero
el mundo balompédico tiene que continuar siendo contra viento y marea un jardín
de rosas y archipámpanos, un ámbito mágico que convierte la cotidiana necesidad
de alimentarse en gozo de las jugadas que dibujan los futbolistas como André
Gomes. Adalid de la finura y la elegancia, el mejor heredero posible para
enarbolar alegremente la bandera mágica asociada al dorsal 21, portado por
Aimar o Silva en su momento; pródigo en trazar el dinamismo ofensivo y guardián
del poder creativo en el conjunto de Nuno. El centrocampista natural de Grijó
(pequeña localidad de 10.000 habitantes situada en el distrito de Oporto), fue
pronto una invitación tentadora a mirar hacia territorios que hasta entonces
vivían ensombrecidos por el rutilante eje Fuego-keita. Otros paisajes también
existían. Pero ni siquiera tan respetable cantidad de calidad garantiza que uno
tenga reservado un puesto en la primera fila de una de las mejores plantillas
de España. A los grandes futbolistas se les reconoce, sobre todo, por su
constante afán de reinventarse, por su ambición a la hora de abrir nuevos
caminos y señalar posibilidades hasta entonces sólo intuidas sin abandonar del
todo su identidad, he ahí el difícil reto para el mago de Grijó.
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