El espíritu de Richino
miércoles, febrero 04, 2015
Un apunte previo al artículo: puede que en él se lean algunas cosas como "buena situación deportiva". No me hagáis caso, a veces se me va la pinza. Pero sí que es cierto que el antiguo Valencia dejaba más sinsabores que este — que también los deja — y nos hacía sentir menos arropados a nivel social que el actual. Sin embargo, este paso adelante no lo hace bueno de por sí. Puede que estemos mejor que ayer pero, visto lo visto, espero que también estemos peor que mañana, porque sino menuda desilusión...
Siempre se ha dicho que «nada
surge de la nada». Que cualquier cosa, por pequeña que sea, por insignificante
que parezca, tiene unas causas y, lo más importante, unas consecuencias. Razón
de ser y trascendencia. Y es que aunque los árboles aparenten nacer por arte de
magia allí donde antes no había nada, sabemos que es necesaria una semilla para
que germinen en el lugar en que sólo había tierra húmeda y hierbajos. Es por
ello que siempre me ha gustado ver las cosas en su contexto, analizarlas de
manera tal que se me escape el menor número de detalles posible. No mirar solo
el árbol, sino también la falda de la montaña de la que ahora forma parte.
En esto que estaba yo pensando en
el árbol, se me vino a la cabeza el Valencia — maldita tortura no poder pensar en
otra cosa —, en el buen clima que ahora se vive a nivel social, ejecutivo y
deportivo, en el cambio que hemos pegado de ayer a hoy. Un lavado de cara que
no parece ni medio normal si comparamos el realizado por la institución del
Turia con cualquier otra revolución institucional en el mundo del fútbol
moderno. Escoged el equipo que queráis, seguro que ninguno ha sufrido tantos
cambios en tan poco tiempo como nuestro Valencia. Pero como decía antes, «de la
nada, nada proviene». Estos cambios están fundados en todo lo que se arrastraba
de antes. Poco hace falta que diga del cambio ejecutivo, provocado por años de
garrapatas y sanguijuelas que a punto estuvieron de sacarnos toda la sangre.
Nos dejaron languideciendo en la mediocridad hasta que fuimos suficientemente
valientes como para plantarles cara y empujarles bien lejos de la Avenida
Suecia.
Pero en este intento de artículo
me gustaría centrarme en el cambio social y deportivo. Muchos — sobre todo los
que son de otros equipos o los “valencianistas” que desconectaron de la
actualidad valencianí cuando todo era mediocre y baldío — creen que el cambio
se produjo a partir del mismo momento en que Peter Lim y Nuno Espírito Santo
pusieron sus pies a esta orilla del Mediterráneo. Nada más lejos de la
realidad. Los cambios no son procesos que tengan su principio en un día y hora
concretos. Tienen detonantes, pero siempre dentro de un contexto concreto que
permite que todo estalle por los aires. El detonante, esta vez sí, fue la
llegada de Peter Lim a la ciudad del Turia. Pero su contexto amigos, su
contexto comienza a caldearse mucho antes que el singapurense fuera siquiera la
oferta predilecta de la afición.
Aquí es donde nuestro eje cronológico debe desplazarse unos meses más atrás. Allá por Navidad del año 2013, tras la destitución de Miroslav Djukic por la pérdida de control sobre el equipo che, llegaba a tierras valencianas Juan Antonio Pizzi para tratar de reconducir al equipo. Si analizamos los números de ambos, la diferencia no es abismal: 32 partidos dirigidos por el serbio por 33 del argentino, 15 victorias del primero (47% sobre el total de partidos) por 14 del segundo (42% de victorias). El equipo de Djukic empataba menos, pero perdía más que el del “Lagarto”. La diferencia de goles tampoco supone diferencia alguna, pues en ambos es positiva. Y aquí era donde quería llegar. Si en los números de ambos no había gran diferencia, ¿por qué la afición cuestionó menos a Pizzi que a Djukic? La pregunta del millón tiene fácil respuesta: porque el equipo parecía jugar a algo.
Aquí es donde nuestro eje cronológico debe desplazarse unos meses más atrás. Allá por Navidad del año 2013, tras la destitución de Miroslav Djukic por la pérdida de control sobre el equipo che, llegaba a tierras valencianas Juan Antonio Pizzi para tratar de reconducir al equipo. Si analizamos los números de ambos, la diferencia no es abismal: 32 partidos dirigidos por el serbio por 33 del argentino, 15 victorias del primero (47% sobre el total de partidos) por 14 del segundo (42% de victorias). El equipo de Djukic empataba menos, pero perdía más que el del “Lagarto”. La diferencia de goles tampoco supone diferencia alguna, pues en ambos es positiva. Y aquí era donde quería llegar. Si en los números de ambos no había gran diferencia, ¿por qué la afición cuestionó menos a Pizzi que a Djukic? La pregunta del millón tiene fácil respuesta: porque el equipo parecía jugar a algo.
Resultados como el el 2-3 en el
Camp Nou, el 5-0 al Betis, el 2-2 contra el Madrid en el Bernabéu o la injusta
derrota por 0-1 ante el Atleti, hacían entrever a un equipo más peleón que el
dirigido por Djukic. También es cierto que a domicilio el equipo obtuvo buenos
resultados en pocas ocasiones. Jugando fuera éramos una calamidad, aunque en
casa se obtenían buenos resultados. ¿Os suena de algo? Pizzi volvió a sacar una
de las mejores versiones de Parejo, de Feghouli y se atrevió a darle más peso a
Alcácer en el equipo. A él también hay que agradecer que se acabara con el
debate en la portería, pues puso fin a las dichosas rotaciones que nos impedían
tener al 100% al portero titular, como a día de hoy está Alves. Si bien es
cierto que la lesión del brasileño por cinco semanas truncó su determinación,
pero la pretensión era clara. Sin intención de desmerecer el trabajo de Nuno,
esta fue la verdadera revolución deportiva del equipo, más allá de los fichajes
posteriores que, obviamente, elevarían el nivel de la plantilla —
principalmente en la línea defensiva —. Una revolución deportiva de la que
todavía escuchamos sus ecos.
Pero, ¿qué hay de la revolución
social? Las imágenes del preparador físico Alejandro Richino arengando a sus
jugadores ya fuera en entrenamientos o en los momentos previos a un partido
suponían un motivo de orgullo para los valencianistas. Por aquí se valora mucho
la gente con ganas y hambre, y además Richino transmitía su motivación no sólo
a los jugadores — aunque no siempre con resultado —, sino también a los
aficionados. Además de esto, las eliminatoria de cuartos y semifinales de la
Europa League supusieron un antes y un después para la afición valencianista.
Luego pasarían muchas cosas, pero aquellos dos partidos, aquella derrota en el
último minuto, unieron a la afición más de lo que puede unir el amor por un
escudo. Y eso ya es mucho.
No me malinterpreten, no pretendo
insinuar que Pizzi es el artífice de todo lo que le pasa hoy al Valencia, pero creo
que hay que reconocerle que él también puso su granito de arena en este
proyecto. Muestra de ello es que Salvo y Rufete querían que continuara con la
llegada de Peter Lim, aunque el singapurense no opinara igual. No quiero restar
mérito a todo lo que se ha hecho por el equipo después de la marcha del
argentino, pero creer que Peter Lim y Nuno son los artífices de la unión social
y de la revolución deportiva es una injusticia con Pizzi y su cuerpo técnico,
que acabaron saliendo por la puerta de atrás, para descontento de no pocos.
La etapa del “Lagarto”, tan
importante por lo que sucedió y por lo que supuso, no se valora como se
debería. Quizás sea por nuestra manía de observar sólo el presente, lo que
tenemos bajo los pies, y no mirar nunca al pasado para ver porqué diantres
estamos donde estamos. Quizás la euforia del momento nos ciega. Pero
sinceramente, creo que Pizzi y su cuerpo técnico merecen un reconocimiento
mayor del que tuvieron — no un monumento, sino unas palabras de agradecimiento,
una mirada atrás y una sonrisa o, en su defecto, unas palmaditas en la espalda
—.
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