Un aficionado del Valencia C.F. en el Guiness de los Records
jueves, diciembre 18, 2014Martes 16, noche de autos. Las saetas del reloj marcaban las 21:26. Lugar del suceso: Mestalla. Eugeni su protagonista.
Todo parecía tranquilo cuando Eugeni, soltero, 35 años, obseso coleccionista de pins del VCF, se dirigía al lugar de los hechos; solo, paso languido, mirada pérdida hacia el suelo, pantalón de pana, botas Paredes, camiseta Luanvi del Valencia bajo una chaqueta oscura de punto que su madre le regaló las navidades pasadas. Un gorro cubre la mayor parte de su rostro, la otra queda oculta tras gafas de pasta sobre una nariz aguileña y barba descuidada.
Eugeni entra en la Avenida Suecia por las universidades. Semáforo en rojo, una chica con camiseta valencianista se para a su lado. Él la mira con el rabillo del ojo, sin levantar la cabeza, no quiere que advierta que la está observando. Suben sus pulsaciones. El semáforo se abre y aquella aficionada se pierde entre la multitud. Eugeni llega a la altura del parking de Mestalla. Como un autómata, levanta la cabeza, por primera vez alza el cuello y ve en las alturas una de las lonas que cubre el estadio. Eugeni -Geni para los amigos, pero no tiene, así que seguiremos llamándole Eugeni- se siente orgulloso. Mira aquel trozo de tela como si de Las Meninas de Velázquez se tratara, para él es mucho más que eso; es su sentimiento cincelado sobre metros cuadrados. Paso a paso se va acercando a su estadio y la vida va adquiriendo más sentido. La llama de la ilusión lo abrasa, el tiempo se para. Llega a la entrada, pasa los tornos, le registran la chaqueta de punto donde lleva escondido un bocata aplastado de lomo con queso, sube las escaleras, tropieza en el primer escalón... Su cabeza se ha quedado en aquel semáforo. Mientras se levanta, como un resorte, piensa "qué guapa era, le tenía que haber pedido el messenger". Eugeni llega hasta su asiento habitual en Mestalla, se acomoda y espera a que su equipo salte al terreno de juego. Hoy va a ver el partido de vuelta de la Copa del Rey entre Valencia C.F. y Rayo Vallecano.
El encuentro empieza. Marca Alcácer y la ilusión de Mestalla se canaliza en Eugeni. Está exultante, se transforma, pierde la vergüenza y grita: "quiero un hijo tuyo, Paquito". Está felíz, se siente en el cielo; pero
la alegría dura poco. El Rayo empata. Minutos después vuelve a marcar. La eliminatoria está igualada. Eugeni muerde sus uñas. La tristeza se apodera de su cabeza, pero hay que animar. Él lo tiene claro. Empieza a tener calor, se quita la chaqueta de punto y se queda con la Luanvi. El rival marca el 1-3, "el Valencia eliminado", piensa. Una gota de sudor recorre su cara. Las pulsaciones empiezan a hervir. Los latidos adquieren un ritmo incesante hasta que termina la primera parte. Eugeni está frustrado, nervioso, recuerda a la chica y se pone aún más excitado.
Comieza la segunda mitad. Marca el Valencia. Hay esperanza, pero inmediatamente anota el cuarto el equipo rival. No hay quien entienda esta locura. El sudor puebla el rostro de Eugeni. Se quita el gorro. El corazón late fuerte y más cuando de nuevo el Valencia marca, se muerde las uñas. Solo hace falta un gol para pasar. En el terreno de juego Mustafi salta junto al portero del Rayo, el balón llega rebotado a Rodrigo que la enchufa dentro de la portería: ¡4-4! ¿Y Eugeni? Eugeni bota del asiento, la adrenalina recorre su cuerpo en milésimas de segundo, lo que queda del bocata de lomo y queso vuela por los aires hasta llegar a la grada de abajo, donde impacta en la cabeza de un señor con alopecia. Eugeni se siente mareado. No se encuentra bien. Es neófito en experimentar tantas emociones juntas. Cae al suelo y allí, bajando las escaleras, aparece la chica, ¡su chica del semáforo en rojo!, al grito de: "soy enfermera, aparteu-se". Eugeni, al verla, se angustia más. Su corazón se acelera como un cohete despegando de Cabo Cañaberal y dice, con la fuerza que le queda: "ella no, que venga alguien más feo, por dios, qué me muero". Eugeni pierde el conocimiento.
Horas después, despierta en una habitación de Urgencias, la luz blanca le ciega los ojos, su último recuerdo es el gol de Rodrigo y la mirada de aquella chica intentando calmarlo. No sabe que hora es ni donde se encuentra. Recupera poco a poco la conciencia. Escucha unos pasos. Se acerca alguien. Corre la cortina y Eugeni, rostro pálido, la ve. Es la chica, ha estado cuidando de él toda la noche. Sandra, así es como se llama, le comenta: "Nos hemos clasificado y has conseguido un récord". Eugeni sonríe y tartamudeando contesta: "gra... gra... gracias". Sandra sonriendo continua su exposición: " Eugenio has entrado en el Guiness de los Records, tus pulsaciones han subido hasta 1919. Eres un milagro de la ciencia y un mito".
Eugeni acaba de entrar en la historia, se ha convertido en un hombre récord, pero quiere seguir aumentando su leyenda y desde la camilla comenta a Sandra: "Qué guapa eres, ¿tienes messenger?". Sandra se ríe -¡Eugeni ha hecho reír a una mujer!- y replica: "Messenger no, pero si quieres podemos quedar para tomar algo".
El soltero friki, taciturno y tímido que salió de su casa sin levantar la mirada acababa de convertirse en un triunfador; se había clasificado para la siguiente ronda.
¡Qué me parta un rayo!
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