Es el equipo, estúpido

jueves, enero 15, 2015

Antes de comenzar el artículo me gustaría matizar que, con el título, no trato de ofender a nadie. Se trata de la adaptación de la mítica frase de Bill Clinton (“es la economía, estúpido”) a nuestro terreno. Aclarado esto, vamos allá.

Los humanos somos, por regla general y sin tener en cuenta a los “lobos de Wall Street”, seres acomodaticios. Individuos que una vez que han encontrado algo que les satisface de manera mínima se conforman, que tienen una rutina ya pactada con la sociedad, que escuchan un estilo musical por defecto, que invariablemente duermen en la misma postura y que, en definitiva, cambian pocas veces de opinión – aunque cuando lo hacemos, es a lo grande. Quizá esto se deba a que resulta más fácil cerrar los ojos fuertemente y esperar a que pase algo bueno que tener que estar analizando los hechos paso a paso, día a día, ante la tremenda complejidad y amplia gama de los mismos. Quizá porque es más fácil creer que algún día algo sobrehumano nos recompensará con lo que tanto ansiamos en lugar de ir a buscarlo nosotros mismos.
Sin embargo, hay cuestiones que están por encima de esta especie de “instinto natural”. Puede que sean cuestiones banales pero, a los ojos de los cautivos, son cuestiones primordiales para el correcto desarrollo de su existencia. Se trata de asuntos que nos atrapan de tal manera que nos hacen parte integrante de sí mismos, asuntos que nos obligan a implicarnos en su evolución y progreso si realmente queremos que siga adelante. Asuntos que no sólo forman parte de nuestros pensamientos, sino también de nuestros sentimientos. En este abanico de cuestiones que nos atrapan y pocas veces nos dejan marchar encontramos la pertenencia a unos colores, a una afición, a un equipo. La fidelidad a este sentimiento puede llegar hasta nosotros por muchas vías: nuestra propia casa, por nuestros amigos, por nuestro lugar de nacimiento, por los medios de comunicación, o por pura curiosidad y simpatía. Aunque independientemente de la vía de llegada a nosotros, lo que es seguro es que este se infiltrará en nosotros hasta lo más profundo de los huesos.
Pero la fidelidad a este sentimiento acarrea tras de sí una serie de consecuencias que nadie nos explica, pues ninguno llegó a leerse los términos y condiciones de uso. Y es que ser aficionado de un equipo de fútbol no es sólo ir a ver los partidos al estadio y alegrarse de las victorias, pues para que alguien gane otro debe salir derrotado. No, es mucho más complejo que eso. Es tan complejo que si tu equipo gana pero da mala imagen pues te vas a dormir incómodo; tan enrevesado que si tu equipo pierde pero hace un partidazo pues te vas a la cama fastidiado pero orgulloso; tan bonito que si tu equipo gana y encima hace un partidazo, no habrá sueño más placentero que ese; y, por último, tan jodido que si tu equipo pierde y encima hace el ridículo, probablemente esa noche no duermas. Y eso sin tener en cuenta los empates, que unas veces joden más que una derrota y otras se agradecen como agua de mayo.

No se crean los lectores que aquí acaba la complejidad, pues esta también radica en la manera de encarar las situaciones postpartido, es decir, la postura que se adopta frente a la realidad del equipo después de un partido o una serie de partidos. En este aspecto, podríamos dividir a los aficionados en dos grandes grupos: los que se dejan llevar por los sentimientos (inconformistas, a veces con poca paciencia) y los que se dejan llevar por la comodidad (conformistas, pero con la paciencia como virtud). Y en una situación un tanto incongruente como la que vive el Valencia a día de hoy, esta dualidad se magnifica más si cabe. El equipo está fuera de Copa, quinto en Liga, a domicilio somos una calamidad y la buena imagen dada ante Atleti o Real Madrid no es la tónica habitual, dicen unos; se está completando una de las mejores primeras vueltas de la historia del club, los jugadores son nuevos, la ejecutiva también, el estadio coge tintes de fortín y además se están demostrando cosas, dicen los otros. Lo mejor de todo es que ambos sectores de la afición tienen razón.
Pero en situaciones como estas, en que el club está en plena reconstrucción tras una cruenta guerra civil a nivel ejecutivo y una agitación social que acabó transformándose en unión de la afición, no se trata de quién tenga razón o quién deje de tenerla. Se trata del equipo. No tenemos mayor bien que el equipo, la entidad, y nuestro proyecto como afición ha de ser ayudarle a crecer, no ponerle trabas a su progreso. De la misma manera, tampoco debemos caer en la ausencia de crítica, pues el equipo no corregiría nunca errores existentes. Por ello, ambos “bandos” de la afición no deben estar enfrentados, sino unidos. El sentimiento es la parte de nosotros que nos pide más y mejor, pero la paciencia es una buena virtud para conseguir esto mismo.

No se trata de querer dinamitar al equipo por caer eliminados en Copa, se trata de criticarles que en los cuatro partidos de esta competición no hayan rendido a un nivel medianamente decente (independientemente de los jugadores que estuvieran alineados). No se trata de criticar que vayan quintos porque no se cumplen objetivos, se trata de criticar la inconstancia del equipo en cuanto a rendimiento. No se trata de valorar el qué, si no de valorar el cómo, se llame como se llame el entrenador y lo haya puesto quien lo haya puesto. Y lo más importante: esté renovado o no.
Si nuestro proyecto es el equipo, lo primero que valoraremos como afición serán sus ganas, su organización, su entendimiento, su valía en el terreno de juego, igual que valoraremos al entrenador como estratega y como revulsivo de partidos. Si cojea por alguna parte el equipo, esto se debe reflejar en la opinión de la afición, independientemente de los resultados del equipo, pero sobre todo independientemente de quiénes sean los jugadores y el entrenador, pues los únicos que permanecemos siempre ahí somos la afición y el murciélago.

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